martes, 4 de marzo de 2014

~Werther

Jamás se vio una silueta tan bella y a su vez, tan triste asomar por los grandes ventanales del oscuro corazón de mármol donde se cobijaba , una silueta que solía mostrar viveza y amor, hasta que pudo recuperar esas sensaciones... de manera temporaria. 

Werther no es alguien, podríamos decir que es... algo, algo que suele ser temido, suele ser vilipendiado, pero una vez, llegó a ser amado, de tal forma que pudo amar así creyó él. Su largo pelo blanco, que en vista de los mortales tornaba negro, casi se camuflaba con su tez, sólo hacia destacar su elegante ropa de color negro como la noche, unos labios tan rojos como la rosa que colgaba de su cuello y los ojos negros más hermosos que cualquier deidad pudo ver en generaciones.

A pesar de estar muerto, sintió el calor de la vida, aspiró a tener una ilusión por la que apartar la sangre de sus labios, una simple mortal, con cara de ángel, voz de sirena y cuerpo de ninfa, consiguió avivar la llama del ya maltrecho corazón del joven y a su vez, viejo vampiro.

Por amor, no tardó en sacar a la luz su verdadera identidad a esta mencionada mortal, la cual, en un principio no mostró ni un ápice de temor ante su verdadera apariencia, le hizo creer que le amaba por cómo era, no por lo que era... aunque no tardó en mostrar la realidad.

Semanas de encuentros pasionales acontecieron entre ambos, hasta que a la medianoche de una oscura noche de noviembre... varios hombres armados con fusiles y antorchas, irrumpieron en la mansión de Werther, quien estaba tan inmerso en la elaboración de un poema para su amada, no reparó en lo que ocurría hasta  milésimas antes de que derribaran la puerta de su habitación.

Se cuenta que no hizo más que levantarse y sin dar un sólo paso, centró la mirada en los ojos de la única mujer de la sala, su amada... tensos segundos pasaron sin mediar palabra hasta que una lágrima de sangre caía desorientada por su blanca mejilla al mismo tiempo que ella dijo con total serenidad:

-Ahí está el hijo del diablo-

Respondió con la misma serenidad, pero, ya volvió su triste voz:

-La única traición que me mata es por amor-