domingo, 10 de marzo de 2019

~ Baldwin

En su diario cuenta que su paso por el feudo aconteció durante los meses más fríos del Invierno pero, a decir verdad, a los allí presentes nos preocupaba más la locura y el horror imperante que las bajas temperaturas y las lluvias interminables.

No fue el primero en llegar, eso es cierto, otros armados con fe o con su propia astucia ya comenzaron la imposible campaña semanas antes. Eficaces fueron, desde luego, pero como todos allí, en más o menos medida, acabaron sucumbiendo al mismo mal común que yo mismo desperté.

- Un niño... ¡Es un niño! Tan guapo como su madre, pero... ¡Cómo llora! Con el coraje de su padre, sin duda alguna será un gran rey.

Tuvo un nacimiento fácil y rápido en la mejor de las casas, la del propio rey. Era un chico fuerte con una voluntad inquebrantable... Pero su enfermiza tara no tardó en hacer acto de presencia a su temprana edad cuando, jugando con otros niños, descubrió que no podía sufrir dolor alguno en sus extremidades.

Desde entonces pasó los siguientes veinte años enclaustrado y casi repudiado en un sótano oscuro como la noche, donde dedicó su vida al estudio de la literatura, historia, poesía... Ninguna disciplina escapaba a su extenso conocimiento. Incluso el arte del mandoble pasó por sus manos, pero ese fue un secreto que ocultó muy bien, al igual que su primer y único amor, Merceline. 

Durante esos años de estudio, llegaron los problemas de visión. Se enfrentó a una tremenda dificultad para leer y escribir, necesitó ayuda para continuar su aprendizaje, pero nunca se rindió, pues ella estaba su lado... Hasta que su terrible enfermedad, se apoderó de su piel.

Primero sintió un terror que congeló para siempre su corazón al ver su reflejo, su piel ya descolorida se había convertido en un mar de grietas. Ese terror se fue tornando en odio, se despreciaba y despreciaba al destino. Finalmente, ese odio se tradujo en una aceptación que iba a llevarle a la autodestrucción. Secó sus lágrimas y decidió apartarse del lado de la única persona que podría haber rescatado su ya condenada alma. Las prácticas con la espada se convirtieron en sádicos bailes de furia y golpes desmesurados contra la roca hasta que la punta de la misma ya no resistió un sólo golpe más, la llevó consigo hasta el fin de sus días.

- Ahora soy un monstruo, jamás volverá a tocarme. Dios es cruel y me odia. La marea sube... La marea baja.

Se repetía a sí mismo cada noche mientras cubría su cuerpo al completo de vendas bañadas en todo tipo de aguas sagradas. Sin ser suficiente, su cabeza con una capucha cubrió y su rostro con una máscara de hierro ocultó... Hasta que decidió proceder al exilio de un lugar que ya no tenía nada para él... O de eso, él mismo se había convencido.

Una vez ultimó su atuendo reforzándolo con piezas de cuero y una gruesa coraza de acero, quedó en paz consigo mismo al igual que con ese Dios que tanto le odiaba y sin mirar atrás emprendió su marcha hacia el norte, donde los rumores sobre un mal capaz de devorar la luz del mundo, asolaba las mentes de todo aquel que allí tenía la desgracia de vivir.

- Los pétalos deben caer y yo con ellos... Pero antes se me ha encomendado una tarea.

El pueblo entero, sus padres, sus amigos de la infancia, su amor... Todos contemplaban esa imponente y tétrica figura caminando con firmeza, sujetando sobre el hombro un enorme mandoble con la punta rota. Algunos, enmudecidos, no podían pronunciar palabra alguna. Otros, increparon al ya trastornado hombre. En cambio, aquellos con algo de corazón dejaron de lado cualquier estigma y entonaron algunas palabras de despedida incluso arrojaron pañuelos y flores ante él.

- Eso es ¡Lleva tu espantosa enfermedad a otro lado! ¡Mejor cualquier extranjero contagiado que alguno de los nuestros!.

- Vaya donde vaya, para algunos de nosotros siempre será nuestro rey.

- Una espada rota para un rey roto, qué poético.

No detuvo el paso ante cualquier palabra, cualquier mirada, aún sabiendo que ella lo seguía con sus ojos... Hasta que atravesó el portón principal y esa fue la última vez que vieron al Leproso.

- Este hombre entiende que la adversidad y la existencia son una.

Es lo que pensé cuando vi dar sus primeros pasos por este decrépito feudo con aquel artilugio de muerte sobre su hombre.

¿Luchó? Por supuesto, durante dos años que duró este infierno. Después de varias semanas dejé de intentar averiguar si la sangre sobre sus ropajes era suya o de las abominables criaturas que allí abajo, en lo más oscuro de las ruinas, moraban.

El rechazo que provocaba en otros guerreros debido su condición fue olvidado a los pocos días. Semejante aliado era mejor tenerlo de tu lado y todos ellos habían acudido a la misma llamada de la redención, para unos y salvación, para otros.
Quizá incluso llegaron a comprender sólo un ápice de su carga.

¿Que cómo terminó? Fue hace décadas, pero mi inmortal memoria lo recuerda bien... Muy bien.

Poco antes de partir, a la que sería su última misión, lo encontré escribiendo de manera torpe y lenta en su diario. Nunca entendí cómo era capaz de hacerlo con esos maltrechos ojos. 
Me ofrecí a enviarlo en caso de que... Fuese totalmente necesario. Entonces fue cuando escuché su rasgada voz por primera vez:

- ¿Quiere saber por qué escribo? Escribo porque duele y el dolor es lo que me ha mantenido con vida y es lo que se la ha arrebatado al mal que aquí nos consume. Este diario tiene nombre y fecha, pero haga usted lo que crea necesario con él.

Se puso en marcha hacia el núcleo de la oscuridad, donde el verdadero rostro del mal se escondía del sol. Le acompañaba un veterano caballero cruzado, una santa vestal y una experimentada tiradora. Todos vivieron el mismo horror durante esos dos años pero no acabaron terminando con su vida de manera prematura o perdiendo la razón en el vacío de las estrellas como la mayoría. 

Los detalles son confusos y la verdad sólo la conocen aquellos que allí estuvieron. La joven vestal regresó junto al muy mal herido cruzado, sin sus armas, sin su ánimo, sin nada más que una mirada totalmente desgarrada. Sus únicas palabras salieron de sus labios como si fuesen las últimas:

- Allí abajo encontramos el corazón del mundo... Y lo único que sé es que es tan creador como destructor... Todo lo que duerme, despierta.

-¿Despierta...? ¿Y los demás? ¿Qué ha sido de él?

Yo, yo lo desperté.

Parecía que iba a romper a llorar pero lo único que dijo fue:

- Él ha cumplido con su última voluntad.

Sentía la maldita necesidad de preguntar, pero yo ya lo sabía, lo sabía desde que me entregó su diario. Sellé mi alma y mi ánimo y me quedé contemplando la puesta de sol... Entonces me di cuenta de que era la primera vez que ese sol aparecía en dos años.

- Deja a los demás. Yo ya estoy preparado.




Arte de manos de NoirYeux: